El libro Reunión
es fruto de una exigente labor de lima. El autor ha revisado toda su poesía
publicada hasta ese momento: Una extraña
ciudad (1990), Días en claro (1995),
Canciones (2000), La niebla (2003) y Haikus y otras pinceladas (2003), y nos da aquí la versión que
considera definitiva de ese recorrido.
La recopilación se remonta en realidad a 1983,
porque de ese año es la aparición del poema más antiguo, y remata con cuatro
poemas inéditos. En una Nota final el autor nos dice: “los poemas míos que no
están entre estas páginas considero que forman ya parte de ese reguero de
borradores y tentativas que uno va dejando en el camino. Son, por tanto, las
versiones de mis libros reproducidas ahora las únicas que valoro como
definitivas y las únicas que en adelante me gustaría que se tuvieran en
cuenta”. Estamos, en consecuencia, ante la edición más autorizada hasta este
momento de ese corpus poético.
Si la poesía es un don, a pocos ha sido
concedida como al escritor José Mateos. En las dedicatorias del libro Canciones (que se incluyen también en Reunión), reflexiona sobre la
uniformidad de ese poemario: “la obstinación en el verso menor y en la rima me hacen
pensar que el conjunto quizás les resulte un tanto monótono”. Al poco se corrige: “la insistencia en unos
mismos metros, en unas mismas estrofas, puede ser una invitación para que el
lector se olvide de rimas, metros y estrofas y se quede con lo que a mí, al
menos, más me importa”. Y es cierto que en este camino recorrido (el de todo el libro Reunión) el poeta
insiste en unos mismos metros: el octosílabo en las Canciones, más los endecasílabos,
heptasílabos y alejandrinos en el resto (y los haikus finales), acompañados por unas rimas asonantes
(en cuartetas, soleares, y libres) tan discretas como efectivas. Los poemas de
José Mateos son auténtica música. Y hasta tal punto lo son que el lector se va
deleitando sin que repare en cómo, y entra en un ambiente en el que ya el
entorno no se nota. Sólo se descubre
cuando se relee con intención de búsqueda. Es como el sonido del mar
—así lo explica el propio Mateos— para quien vive cerca.
Una vez cautivados los sentidos —olvidados de
metros, rimas y ritmos—, ¿a dónde nos lleva el poeta? ¿Qué es eso que a él más
le importa? El poema “La palabra”, al comienzo de Una extraña ciudad, es programático: “¿Y ha de servirte a ti
suplantar su hermosura?” La hermosura es una llamada, como lanzada desde otro
mundo, y con la palabra, la palabra poética, intentamos alcanzarla… sin éxito
pleno. Pero no puede el poeta dejar de intentarlo. El gran enemigo es el
tiempo. Quizás tenga que ver con esto los pasajes en los que el verbo está ausente o se hace esperar tras varios versos. El caso es que el transcurrir es connatural al hombre e inevitable la decadencia de su mundo, y de ahí la nostalgia del paraíso perdido (Se ha borrado el camino que conduce, / entre mares inciertos, al hogar).
El amor es un intento de salvación, el
amor que del tiempo te protege (“Un mundo”). Y la poesía pretende también esa vía
de regreso, aunque, al no conseguirlo del todo, deje siempre una insatisfacción. Del poema “Arquitectura imaginaria” (la arquitectura
del compositor de versos), está tomado el título del primer libro: una extraña ciudad que no es la mía.
En el segundo libro, Días en claro, hay recuerdos de ese hogar perdido. Es significativa
la cita del principio: “… porque sólo le queda en el oído / no el agua que
pasó, sino el sonido” (Lope de Vega). Y ese sonido puede aparecer en el simple
nombre de “María” o en unos “Días en Trafalgar”, dejando “—aunque escritas en
la arena— unas breves / palabras, un latido, algo más que un recuerdo”.
Las Canciones
están impregnadas del mismo buen licor y está anunciado (otra vez de forma
programática) en el soberbio soneto inicial (“Preguntas a una sombra”): por qué existe el dolor y qué sentido /
tiene esta lenta noche, lenta y rara. Desde el mundo de la ribera de acá,
el autor intuye ese otro mundo. Con su
padre habla entre uno y otro (“Canción 5, Diálogo en la oscuridad”), y el padre
acaba preguntándole: ¿A quién de los dos,
entoneces, / está engañando la muerte? De la “Canción 11. El resucitado”,
dedicada por cierto a José Julio Cabanillas (poeta de registros parecidos), es
esta estrofa:
Si es la vida un espejismo
de la muerte o, al contrario,
la muerte el único nido
del que está sólo de paso
No se trata, no obstante, de no
vivir con intensidad lo que hay de verdad en esta vida. Una de las soleares de
la “Canción 25” dedicada a Aquilino Duque dice así:
Todo lo roba la muerte
y, como apunta la copla,
lo que se guarda se pierde.
Igual ocurre en el poemario cuarto, La niebla, que se compone de ocho largos
poemas en endecasílabos, con movimientos internos separados por asterisco, de
un tono marcadamente reflexivo sobre la misma temática. Dice el final del
primer poema: ¿… es muerte u otra vida / distinta a esta de discordia y tiempo? En
el sexto se pregunta: ¿Pero hubo alguna
vez un paraíso (…) anterior a esta niebla? El séptimo habla de la sensación extraña de ser tiempo / y de
querer salir fuera del tiempo; y nos da una definición de poesía:
Poesía es alumbrar con la luz tenue
de unas pocas palabras, con la antorcha
de un idioma, a pesar de sus palabras,
la hondura que nos deja sin palabras.
Poesía es ser el otro, el que nos huye (…)
Finalmente el poema octavo acaba con
resignación: Y tu casa está aquí: es esta
niebla.
Los haikus se mueven en temas
parecidos, pretendiendo (como es propio de estas formas) más que reflexionar
provocar una reflexión posterior. Véase “La música”:
Si oigo, recuerdo.
Un hombre es, sobre todo,
lo que le falta.
Teniendo en cuenta lo leído hasta
aquí, se comprende que haya en el conjunto de imágenes del libro Reunión muchas alusiones a realidades
dobles: el reflejo de la luna en el Guadalquivir; toda voz se vuelve eco, dice la “Canción 4”; morir es empezar a volver, dice la“Canción 10”. El apartado III del
segundo libro se titula precisamente “El otro en el espejo”, y tiene poemas
como “El impostor” o “En una tarde gris” (delante
/ del espejo, no distingues / al hombre del personaje). Igual que el
impostor, están presentes también otros personajes de cierta doble condición
paradójica: el “Náufrago” o “El otro”.
Las imágenes de Reunión se mantienen a lo largo del libro, dándole toda su
consistencia a la noche, o a la niebla (título del penúltimo libro), frente a
los claros días de sol; o a las sombras, al cuervo, etc.
Por otra parte, Mateos decía en las
dedicatorias que hemos
citado al principio, que las Canciones podrían parecer “descarnadas” al lector. Y ciertamente
yo creo que todo el libro Reunión
huye de adornos vacuos, de lo accidental que sobra. Lo mismo que su música es
tenue (aunque embriagadora), su estilo es sencillo. Tras mucho moldearlo, sin
duda, el decurso de su decir nos llega cotidiano y claro como una fuente
serena.
Y, por otra parte, aunque estemos leyendo temas
de siempre (el amor, el tiempo, la poesía, la muerte), estos toman nueva vida. Hay
en el poeta una voluntad no sólo de decir sino de decirse. No necesariamente es
autobiografía (el criterio de veracidad en poesía es peculiar). Pero el
poemario está en buena parte situado en lugar y tiempo. No son escasas las
referencias de este tipo: a Jerez (la calle Porvera), a Sevilla, a Trafalgar o
Atlanterra; o las alusiones a circunstancias de carácter personal: a estudios
de filosofía, por ejemplo, o al trabajo cotidiano. Piénsese en títulos como
“Viaje a Italia” o “Fotografía de 1983”. En la “Carta a una amiga” el poeta aporta
en su final, como gustaba a este género clásico, su nombre propio y la fecha.
No nos cuenta, por tanto, una reflexión abstracta, sino una vida. Y eso
contribuye a que los versos estén como recién temblando, y el lector los pueda
sentir en su carne.
En definitiva, este poemario no puede pasar
inadvertido al estudioso de la poesía española contemporánea, ni tampoco al
lector, empeñado en saltar día a día esa incapacidad
de ser felices.
1 comentario:
Como corresponde, excelente reseña para un libro excelente.
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