jueves, 14 de febrero de 2013

Plática de Fernando Ortiz

  Númenor publica en la última entrega (la vigésimo sexta) de sus Cuadernos de Poesía el libro Plática de Fernando Ortiz (Sevilla: Fundación Altaír, 2012). El conocido poeta sevillano escribe desde la atalaya de sus sesenta y cinco años (Llegué a la tercera edad, / cumplí los sesente y cinco) y no nos oculta su escasa salud. “El soneto que ves” nos centra en lo primordial que recorre el libro: 


Era un poeta al que le dio un infarto
que le dejó partido el corazón.
¿No explica esto su preocupación
y que empezara a estar del todo harto?


Del corazón quedóle sólo un cuarto.
Y el hombre fue perdiendo la afición
y el gusto por la loca diversión.
Supersticioso, al fin, dijo: “lagarto”.

Pero como la vida es como es,
un grave carcinoma pulmonar
empeoró el asunto años después.


Le quedan, a lo sumo, dos o tres.
¿Y qué hace el insensato? Pues cantar
Y escribir el soneto que ahora ves.


Esto es lo que hace el autor, desde esa atalaya lanza un canto que está lleno, desde luego, de su saber hacer en el telar del verso; pero que está lleno, sobre todo, de su experiencia vital.


El volumen tiene cinco partes: "Plática", "Sonetos", "Intermedio", "Tres sueños" y "Sentencias". La primera de ellas, que da nombre al conjunto, consiste en una particular silva que versifica la “plática” pronunciada por Fray Luis de León en el acto de oposición a la tan deseada cátedra salmantina de Escritura. A la “Plática” siguen nueve sonetos. El "Intermedio" está hecho de dos composiciones en versos de arte menor hilvanados con rimas asonantes. Siguen los "Tres sueños", dos en endecasílabos y uno en hexasílabos. Y acaba con las "Sentencias", que son cinco soleares. He aquí la primera:


Por qué la vida se acaba
y uno se va de la vida
sin enterarse de nada.


El tono desde el que habla el poeta, una voz melancólica y a la vez bienhumorada, da unidad al libro. Desde luego que destaca la conocida maestría en el verso de Fernando Ortiz. Pero el poemario no es, lógicamente, una muestra de maestría, no es lo que a él le interesa aquí. Hay que atenerse al soneto “Caducidad de mi reino”, en el que el poeta cuenta cómo llegó a dominar su reino, la Poesía. Pero luego pasan los años y la demasía, y se relativizan logros y fracasos:


Porque sucede aquí que todos cuantos
camino igual recorren sus pisadas,
van a igual fin, parejos los grilletes.


Ambos tonos, la melancolía (o la nostalgia) y el buen humor (o una sonrisa serena), impregnan todas las composiciones, pero en cada poema predomina uno u otro. En el soneto “Chipiona” predomina el primero hasta hacernos estremecer. Como en otras composiciones, el autor comienza con un tono neutro y descriptivo, aquí sobre Estrabón y el faro de Chipiona. Conforme va avanzando se hace más personal hasta darnos la clave en el final (Llegó el momento de pagar factura). Del mismo corte es el inteligentísimo “Respuesta en el sueño”; o también “The big sleep”, “Bar Arsenio” y las soleares.


El poeta quiere mostrar una voz llena de sinceridad, aunque esta reconozca sus defectos o su arrepentimiento, como el emotivo “Mapa”, “El tinto y la cachiporra”, “Sueño del alcohol” o el “Homenaje a Manuel Machado” (Hoy me pesa no haberlo dicho antes).


El buen humor destaca en “Circo Fernando Ortiz”, que sigue una técnica imaginativa similar a la comentada. Comienza describiendo (es el recurso que la literatura clásica llamaba “écfrasis”) un regalo que le han hecho: una pintura de una escena de circo. A partir de ahí, como por asociación de ideas viene su participación, con su familia, en una función circense. Acaba fijándose en una sola imagen (técnica que da a los poemas descriptivos un sabor especial): la nieta que monta sobre el elefante (y tuve que abonar unos euros de pago).


En “Poeta en tercera edad”, la insistencia en el verso agudo en posición impar, con rima consonante, o asonante sobre la vocal “a”, hace que el buen humor se convierta en risa abierta, mientras contemplamos la escenita que da el concejal de turno en el cementerio.


Esa sonrisa serena está presente en el soneto titulado con el nombre de su hija “Aitana” (Mi niña fue muy linda, traviesa y atrevida. / Y creció guapísima, zalamera y zahareña) o el de título “Cádiz” (Terminado el soneto con tu venia).


Por último, merece unas palabras el prólogo de José Julio Cabanillas. En la colección de Númenor recuerdo haber leído algunos de los mejores prólogos a obras poéticas. Y este nos aporta una profunda reflexión sobre la poesía:


Bécquer, el padre de la poesía contemporánea, estaba convencido de que la Poesía —escrita con mayúsculas— tenía una existencia autónoma de los poetas y de los avatares de la historia. En el Ideal mejor estaba Ella misteriosa, virginal, alentando a veces su don más claro al poeta.


Cabanillas nos hace ver que de ese aliento de la Poesía (su don más claro) respiran estos versos estremecedores que han conseguido ser “un centelleo en medio de la noche, el lucero más cristalino que empapa la oscuridad estéril de los hombres”.

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