Númenor publica en la última entrega (la vigésimo sexta) de sus Cuadernos
de Poesía el libro Plática de Fernando Ortiz
(Sevilla: Fundación Altaír, 2012). El conocido poeta sevillano
escribe desde la atalaya de sus sesenta y cinco años (Llegué a la tercera edad, / cumplí los sesente y cinco) y no nos
oculta su escasa salud. “El soneto que ves” nos centra en lo primordial que recorre el libro:
Era un poeta al que le dio un infarto
que le dejó partido el corazón.
¿No explica esto su preocupación
y que empezara a estar del todo harto?
Del corazón quedóle sólo un cuarto.
Y el hombre fue perdiendo la afición
y el gusto por la loca diversión.
Supersticioso, al fin, dijo: “lagarto”.
Pero como la vida es como es,
un grave carcinoma pulmonar
empeoró el asunto años después.
Le quedan, a lo sumo, dos o tres.
¿Y qué hace el insensato? Pues cantar
Y escribir el soneto que ahora ves.
Esto
es lo que hace el autor, desde esa atalaya lanza un canto que está lleno, desde
luego, de su saber hacer en el telar del verso; pero que está lleno, sobre
todo, de su experiencia vital.
El
volumen tiene cinco partes: "Plática", "Sonetos",
"Intermedio", "Tres sueños" y "Sentencias". La primera
de ellas, que da nombre al conjunto, consiste en una particular silva que versifica la
“plática” pronunciada por Fray Luis de León en el acto de oposición a la tan
deseada cátedra salmantina de Escritura. A la “Plática” siguen nueve sonetos. El
"Intermedio" está hecho de dos composiciones en versos de arte menor
hilvanados con rimas asonantes. Siguen los "Tres sueños", dos en
endecasílabos y uno en hexasílabos. Y acaba con las "Sentencias", que
son cinco soleares. He aquí la primera:
Por
qué la vida se acaba
y
uno se va de la vida
sin
enterarse de nada.
El
tono desde el que habla el poeta, una voz melancólica y a la vez bienhumorada,
da unidad al libro. Desde luego que destaca la conocida maestría en el verso de
Fernando Ortiz. Pero el poemario no es, lógicamente, una muestra de maestría,
no es lo que a él le interesa aquí. Hay que atenerse al soneto “Caducidad de mi
reino”, en el que el poeta cuenta cómo llegó a dominar su reino, la Poesía. Pero luego pasan los años y la demasía, y se
relativizan logros y fracasos:
Porque
sucede aquí que todos cuantos
camino
igual recorren sus pisadas,
van
a igual fin, parejos los grilletes.
Ambos
tonos, la melancolía (o la nostalgia) y el buen humor (o una sonrisa serena),
impregnan todas las composiciones, pero en cada poema predomina uno u otro. En
el soneto “Chipiona” predomina el primero hasta hacernos estremecer. Como en
otras composiciones, el autor comienza con un tono neutro y descriptivo, aquí
sobre Estrabón y el faro de Chipiona. Conforme va avanzando se hace más
personal hasta darnos la clave en el final (Llegó
el momento de pagar factura). Del mismo corte es el inteligentísimo “Respuesta
en el sueño”; o también “The big sleep”,
“Bar Arsenio” y las soleares.
El
poeta quiere mostrar una voz llena de sinceridad, aunque esta reconozca sus
defectos o su arrepentimiento, como el emotivo “Mapa”, “El tinto y la
cachiporra”, “Sueño del alcohol” o el “Homenaje a Manuel Machado” (Hoy me pesa no haberlo dicho antes).
El
buen humor destaca en “Circo Fernando Ortiz”, que sigue una técnica imaginativa
similar a la comentada. Comienza describiendo (es el recurso que la literatura clásica
llamaba “écfrasis”) un regalo que le han hecho: una pintura de una escena de
circo. A partir de ahí, como por asociación de ideas viene su participación,
con su familia, en una función circense. Acaba fijándose en una sola imagen (técnica
que da a los poemas descriptivos un sabor especial): la nieta que monta sobre
el elefante (y tuve que abonar unos euros
de pago).
En
“Poeta en tercera edad”, la insistencia en el verso agudo en posición impar,
con rima consonante, o asonante sobre la vocal “a”, hace que el buen humor se
convierta en risa abierta, mientras contemplamos la escenita que da el concejal
de turno en el cementerio.
Esa
sonrisa serena está presente en el soneto titulado con el nombre de su hija “Aitana”
(Mi niña fue muy linda, traviesa y
atrevida. / Y creció guapísima, zalamera y zahareña) o el de título “Cádiz”
(Terminado el soneto con tu venia).
Por
último, merece unas palabras el prólogo de José Julio Cabanillas. En la
colección de Númenor recuerdo haber leído algunos de los mejores
prólogos a obras poéticas. Y este nos aporta una profunda reflexión sobre la poesía:
Bécquer, el padre de la poesía contemporánea,
estaba convencido de que la Poesía —escrita con mayúsculas—
tenía una existencia autónoma de los poetas y de los avatares de la historia. En
el Ideal mejor estaba Ella misteriosa, virginal, alentando a veces su don más
claro al poeta.
Cabanillas
nos hace ver que de ese aliento de la Poesía (su don más claro) respiran estos
versos estremecedores que han conseguido ser “un centelleo en medio de la
noche, el lucero más cristalino que empapa la oscuridad estéril de los hombres”.
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