Siempre que voy a Madrid y tengo tiempo me acerco
por el Museo Sorolla. Lo hago por recordar aquella mañana de domingo de hace ya
tantos años en que lo descubrí por primera vez. Los museos que se instalan en la que
fue casa del propio autor tienen un algo especial. Es más fácil hacerse cargo
de su mundo interior, de sus circunstancias vitales, de lo que hay en
su obra.
A mí me deslumbraron la primera vez los cuadros radiantes de luz de las playas valencianas. Y sí, me siguen resultando espléndidos, pero he ido descubriendo el valor del resto de la producción de Sorolla. Por ejemplo, el cuadro titulado “Trata de blancas”.
Mi favorito es “La madre”. El mismo blanco
radiante de las playas en los pies de la cama. Luego, distintas tonalidades en el blanco, según entra la luz por la puerta. El centro del cuadro lo ocupa el rostro dorado del hijo, hacia el que dirige la propia madre con su mirada. Su cabello oscuro, la tez ligeramente morena, destacan entre la multitud de blancos. Y en la mano izquierda otra nota dorada aunque tenue, la del brillo de la alianza de la madre.
2 comentarios:
A mí también me encanta el museo Sorolla. Qué belleza hay en esta entrada, cuánta poesía.
No se lo he dicho a Lucilio, pero a quien más satisfizo la visita creo que fue a su hermana. Cuando volvimos me dijo que había sido el primer día tranquilo que había tenido en Madrid!
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