A pocos arquitectos ha
concedido la suerte como a Jose Plecnik caracterizar
tanto a una ciudad. En su caso Ljublijana. Un día de sol aprovechamos para ir al cementerio del Zale (se pronuncia |yale|, luto, dolor), el cementerio que él diseñó para su ciudad. Conforme me acercaba al portal de columnas
me impresioné y se encogía mi espíritu. Sólo se oía el crujir de las pisadas
sobre la gravilla. Levanté la vista hacia la estatua. Al cruzar el arco, intuyendo
las columnas a derecha e izquierda, la vista alzada encontró el cielo. Fue un
momento solo, de vértigo, un salto breve.
Luego se abría el delicioso prado del camposanto. Paseamos en silencio entre los enterramientos, por los caminos, rodeados de un mar de hierba intensa, entre laureles y cipreses, hasta llegar a la tumba de Plecnik. La fragancia del campo calmaba los espíritus. Yo pensaba que allí sentiría dolor al ver el fin de aquel hombre al que tanto admiraban por su arquitectura. Pero no.
Yo creo que cuando salimos del recinto todos éramos un poco distintos, como si empezásemos algo. ¿Será posible que esto fuera lo que quiso Joze Plecnik, con su columnata del Zale? ¿Era este su legado?
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