domingo, 24 de febrero de 2019

De estaciones y viajes




Pensaba que las estaciones de transporte habían acompasado su vida, haciendo el papel de espacios bohemios entre sus desplazamientos de un deber a otro.

En el tiempo que pasaba esperando en la Estación solía comprar un periódico y leerlo por completo. Luego lo tiraba a la papelera, deshecho y arrugado, como era en general el entorno: las paredes descascarilladas por años de abandono, los pasos arrastrados del personal indolente y colas de personas hechas a la resignación.

Los descuideros, las mujeres, paseaban como si vivieran allí. Y ciertamente por las noches el lugar permanecía abierto e insomne, hasta amanecer con un aspecto desaliñado que se mantenía ya el resto del día, sin alcanzar nunca un minuto de esplendor. Cuando por fin subía en el autobús, un cierto olor a moqueta sucia, a cuerpos vivos, entraba en su mente y no lo abandonaba en todo el día.

sábado, 19 de mayo de 2018

La verja de hierro




El caminante se hace al camino como un hijo a la voluntad de su padre. Al poco de iniciar la marcha los pasos se hacen continuos, a un mismo ritmo: el cuerpo los asimila, tan íntimos como el latido del pecho.

Los caminantes van en silencio, cumplen su tarea. Cerrando un poco los ojos por la fuerza incipiente del sol, reposan su mirada en la amplia extensión de la campiña. Dejan entrever algo que no entenderían los ajenos a su caminar.

Cuando el camino va elevándose, el respirar se hace más lento y más profundo.

Finalmente llegan a la cumbre. Se sonríen. Ahora el aire los rodea. La mirada no encuentra el horizonte y a lo lejos atisba el mar y las otras tierras. En el disfrute de la jornada recorren cada balcón, cada azotea, cada calle.



Pero luego llega inevitablemente el regreso. Frente al vuelo, frente al aire, se encuentran con la verja de siempre, una verja de hierro oxidado, ese óxido de nuestro íntimo ser, de un ser para el regreso.



El camino de vuelta es ya siempre en descenso. Hablan los caminantes de cosas sin sustancia, satisfechos con el recuerdo de la subida, sin nombrarlo. Se saben partícipes en su interior de un mismo ser, de un ser para el camino.

viernes, 13 de abril de 2018

La yegüada blanca





Estos días la pareja recorre los campos y sus pueblos. Visitan museos, yacimientos, ventas entre los cruces; hacen fotos, toman notas. Al poco que sienten los vientos de este sol fresco que viene del mar, sus cuerpos se elevan. Oyen entonces a los primeros ruiseñores, allá abajo entre los árboles. Los vencejos que los rodean llevan siglos yendo y viniendo, entre África y la tierra de acá, cruzando cada año el Ecuador, obedientes a un secreto magnetismo. 

Entre los pájaros hay leyendas antiquísimas que remontan al principio de los tiempos. Muchos de ellos oyeron la historia de unos vencejos que se quedaron aquí: enamorados de las esquirlas que el sol suave levanta desde el horizonte. Quisieron hacerse sedentarios, renunciar a la migración cíclica, amar una misma tierra.

Hubo un año, según se cuenta, en que, al regresar los vencejos, no se encontraron con sus antiguos congéneres. El invierno, los dioses, no se sabe, habían cambiado su forma. Ya no podían volar. Como una manada brillante de yeguas blancas, como nubes posadas para siempre en campos de flores silvestres, trotaban por los viejos collazos y esteros.

Las yeguas, con su cabeza erguida olfatean los vientos, con sus orejas tiesas, a la espera de que suene arriba, en las ramas de los árboles, el canto del ruiseñor; a la espera de los vencejos, las señales adelantadas de la primavera.




viernes, 6 de octubre de 2017

El pórtico de los Mattei


¿Han tenido alguna vez la sensación de llegar a un sitio desconocido y descubrir que te esperaban? Vean esta narración que he encontrado.

I

Diario, Roma, día 12 de febrero de 2005:


Fue a través de un amigo español como conocí a José Manuel Pérez-Cortijosa y López. Era una de estas personas que parecen haber nacido para estar siempre sentadas sobre una mesa de papeles. El exceso de grasa le rebosaba sobre el cinturón y le apretaba la ropa por diversos sitios. No lo llevaba mal, sin embargo: se había resignado desde joven a su incapacidad para los deportes. Solo había jugado una vez al fútbol como portero y lo dejó porque nadie lo llamaba por su nombre, todos le decían Cortijosa: "¡pero Cortijosa, muévete!", "¡a la mierda con Cortijosa!". Pero él, con los años, se había avenido a simpatizar con su propia apariencia (incluso con lo de Cortijosa) y resultaba un español culto y simpático.

Nos citamos la primera vez en la cafetería de la primera planta de la Feltrinelli de Largo Argentina. Resulta que era bibliotecario y en los ratos que dedicaba a la investigación había encontrado, entre viejos papeles, la referencia a un cierto "pórtico" de la Roma renacentista, relacionado con la familia Mattei, en el que, al parecer, los escritores del momento se reunían.


II



A Massimo me lo había recomendado el prestigioso profesor Enrico Brinco. Así que por qué iba yo a sentirme nervioso ni mostrarme tímido. Seguro que me reconocería rápido. Voy a desplegar sobre la mesa parte de mis materiales porque así comprenderá que soy yo quien busco su consejo.

El sudor me delata en la camisa y hasta puede que arruine el Old Space que creía yo que venía mejor en una cita como esta. Me he puesto a escribir cosas sin sentido. 

Cuando llegó Massimo Benigno me levanté dudando en la presentación, pero él rápidamente se sentó y me preguntó qué quería yo saber.

Verá, esta investigación --comencé yo-- es muy importante para mí. Llevo años rastreando la vida de este escritor español.

-- Pues ya es un mérito. A mí me resulta totalmente desconocido, ¿qué escribió?

--- Bueno, ciertamente, lo que escribió no se conoció en su tiempo, así que en este en realidad tampoco. Pero verá, dar con uno de los lugares en los que recitaba a sus amigos es ya para mí una cuestión personal, algo que tiene que ver tanto con el bien de mis sentimientos como con el mal de mi bolsillo.

Benigno permaneció en silencio esperando no tener que conocer mis sentimientos, creo.

-- La verdad --continué-- es que yo ya tengo una hipótesis sobre dónde estuvo el llamado "pórtico de los Mattei".

Siguió en silencio.

-- Vd. sabe que la familia acumuló varios palacios, justo aquí cerca, al otro lado del Largo Argentina, a la izquierda de la Via de la Arenula. En los tiempos de mi personaje, solo existía el más pequeño de ellos. Anoche, después de llegar, estuve paseando por la zona. Es curioso cómo ha cambiado: hoy día es un enredo de calles estrechas, pero en aquel entonces el palacio daba, según creo, a un amplio espacio abierto, así que pienso que allí, bajo algún techado que protegiera de este calor horrendo, podrían reunirse escritores o anticuarios y gente parecida, ¿no cree?





No dijo que sí ni que no. Abrió las manos hacia arriba como si mi hipótesis fuese un globo que se marchaba sin remedio. -- "¿Tiene otros indicios? --dijo a la vez--. ¿Por qué piensa que sea ese sitio y no otro?"


-- Más que pensarlo es que creo que lo siento. Ya sé que me puedo equivocar, pero he dado tantas vueltas por esta ciudad y he alcanzado tantas presas con mi investigación, que no, que me cuesta pensar que me engañe la intuición.

Massimo Benigno hizo un feo con la cara ante la palabra "presa". Pero luego se encogió de hombros. No podía, al menos entonces, darme otras fuentes de información fiables. Se tomó su café con rapidez y me invitó a acompañarle hacia su casa. Cuando ya nos despedimos, aproveché la cercanía del Palatino para subir a ver los jardines. Los Farnese tuvieron allí uno de sus palacios con vistas a las prestigiosas ruinas del Foro. Hoy se ven también en la zona los cimientos enormes de los palacios imperiales y pueden visitarse algunas de las estancias, subterráneas, de la "Domus Augustana". En un lugar se conserva la base de una fuente enorme que hubo en el palacio, de forma pentagonal. Saqué fotos de las canalizaciones que se conservan. Pero me llamó más la atención, sin embargo, una construcción aislada. Era evidente que no iba con nada de su entorno y estaba en un "estrato" cultural distinto. Mientras la miraba me parecía desafiante. Le hice una foto.





III
Madrid, 23 de mayo de 2017.

Querido profesor Benigno:

Le escribo después de leer su último trabajo sobre la Villa Celimontana de los Mattei. Ahora comprendo que el pórtico o lugar protegido donde se veían los literatos tiene que referirse a aquella magnífica Villa y, quizás en particular, a su teatro. Qué cosa más lógica que donde se podían ver representaciones se pudiese también hacer lecturas públicas.

Supongo que Vd. no me indicó nada sobre esto en nuestra entrevista porque su conocimiento de la Celimontana estaba en marcha. Desde luego la investigación es algo imprevisible, como la vida.

En fin, como viajo de nuevo para allá me gustaría concertar una nueva entrevista. Si fuese tan amable, me gustaría visitar lo que queda de la Celimontana en la actualidad.



IV

Roma, 30 de junio de 2017

Querido profesor don José Manuel:

Será un placer recibirle y mostrarle la Villa, aunque no crea que el paso del tiempo ha respetado el cúmulo de maravillas que llegó a albergar y hágase a la idea de que las reformas de la familia británica de los Mills le dieron un cambio total a todo el complejo.

De todas formas, debería considerar que la Villa comenzó a destacar en una fecha muy tardía para la vida del personaje del que Vd. me habló. Para cuando ese personaje vivió aquí, lo del Celio estaba en plena construcción.

De todas formas, venga Vd. a verlo.

V


Siempre que voy con prisas a los sitios me pasa igual: acabo sudando la gota gorda, me pongo de un mal carácter tremendo y además me siento culpable por haber hecho esperar a alguien, en este caso a Massimo Benigno.


Bajaba corriendo las escaleras del hotel pero en conserjería me hicieron un gesto. Tenía una nota del profesor. 

Me senté en uno de los sillones de la entrada mientras sentía cómo el sudor empapaba la leve chaqueta veraniega y la camisa que anudaba la corbata.

"Querido profesor don José Manuel:

He tenido que marcharme de improviso para Milán, pero ayer estuve pensando en su cuestión. Mientras se estaba construyendo en el Celio, la familia Mattei compró a los Stati otra Villa que tenían en el Capitolio, junto a la Farnesia. Fíjese que aquel sí que fue un lugar conocido en los años de su personaje. Y otra cosa, la construcción tuvo una loggia tan famosa  (un espacio cubierto y en alto, pero abierto) que se encargó su decoración a Tommasso Peruzzi. Como las alturas del monte eran frescas en verano y habían sido utilizadas por el grupo de Leto, allí se reunieron muchos escritores y artistas. Estoy convencido de que ese es el "pórtico" de los Mattei en el que estuvo su personaje. Le envío una foto de una de las escasas construcciones de los Stati-Mattei que quedan en pie sobre las ruinas de los palacios imperiales. Espero que le sirva."




Vi la foto y doblé el papel de la carta. Desde luego, la investigación es algo tan imprevisible, pero predeterminado como la vida.

miércoles, 14 de junio de 2017

Hampstead Heath


En los extremos de Bloomsbury había un suburbio más allá de la famosa taberna de Fitzroy. Sus casas estaban marcadas por las lluvias. Resignadamente se dejaban recorrer por canaletas de plomo, que sacaran a las calles los torrentes de agua. Las fachadas eran todas de ladrillo, de un ladrillo ocre oscuro, vencido por el frío y la humedad.




Cuando él era niño, ese sonido metálico del agua le entraba por el caracol del oído y parecía que recorriese sus venas, dejaba incluso un goteo oxidado en los recodos. Su cuarto de niño estaba en el semisótano: odiaba esas habitaciones enmoquetadas y bajo tierra, medio en penumbra siempre, porque le parecía que unos seres gruesos y pringosos crecían en sus rincones polvorientos. Y apenas usaba la escalera que desde la calle permitía acceder directamente a su cuarto, porque la baranda mohosa le dejaba en la mano ese tacto sólido de cuando besó el cuerpo muerto de su abuelo.

Sus mejores recuerdos son los del verano, los de los domingos en que el padre los llevaba a Londres. Cuando él era niño, amaba estas salidas y los autobuses. Llegaban andando hasta la parada de Southampton Road, donde esperaban inquietos el que bajaba desde Camden. El niño soñaba con viajar en autobuses larguísimos que llegaran muy lejos. Otras veces subían a la colina de Hampstead o navegaban hasta Hampton Court.

Dejó pronto Bloomsbury para estudiar. Es curioso, pero los libros le incitaban a viajar y los viajes a leer. Así fue creciendo y hoy por fin ha vuelto, ha vuelto a Bloomsbury: a ver aquel semisótano que ya no siente como suyo. Todo lo ve distinto. Ya nada separa a Bloomsbury de Westmister o del mismo Londres.

Lleva siempre en la cartera un ligero traje de agua. Hoy que ha subido a Hampstead, le resonaban en él las gotas menudas y graciosas de la lluvia serena. Cuando llegó arriba, el cielo había abierto y pudo tener una visión amplia de la ciudad, una visión en la que Bloomsbury apenas se distinguía.



jueves, 27 de abril de 2017

Del cuidado de los zapatos: Oxford revisited




¿Han pensado alguna vez que el destino nos dé a vivir las cosas dos veces? Como coger un papel y doblarlo, pero de forma que en esta línea de hoy encontremos aquella otra que se nos escapó tan lábil, o aquella otra que parecía ya olvidada.

Esto le ocurría a don Sinforoso mientras avanzaba por High Street. Conforme iba andando, inclinaba la mirada y veía los mismos zapatos de cuando estuvo aquí, hace tantos años. ¿Cómo es que tengo todavía estos zapatos? - se razonaba. Deberían estar rotos o gastados; y no lo están, no sé por qué.



Con estos zapatos estuve entre mis amigos en Oxford. Andábamos como héroes: Pembroke Street, Carfax, Radcliffe Camera, the Bod. Cerca de Magdalen College (que muchos pronunciaban Mohdelen haciendo fuerza en la excentricidad) nos despedimos la última tarde.

Mientras pensaba estas cosas, daba un paso y otro por High Street. De repente vio abrirse a su izquierda un camino de tierra: Rose Lane. Por la dirección que llevaba calculé que abreviaría el recorrido. Comenzó el silencio y en él mi paso continuo: Merton College parecía un fellow vestido de gris, sorprendido en la somnolencia de la tarde.

Al final de Rose Lane el camino se embosca hasta la ribera del Isis. Traté de orientarme y me di cuenta de que sí, de que llegaría más o menos a una cantina llamada The Head of the River, pero me sacaron de mis pensamientos unos sonidos entre los árboles. En un claro había un pequeño graderío. Los muchachos, sentados y de pie, levantaban murmullos de risa complaciente. Los que actuaban, con sus disfraces, esperaban un instante el efecto de su diálogo... y continuaban con él en medio de la delectación general de aquel conjunto de cómplices: cómplices del arte, de los nuances de su lengua, de la tarde.

Llegué hasta los hierros que encauzaban la salida del parque y regresé a casa. Cuando cruzó el puente volvió a reparar en sus zapatos. Eran distintos, no eran los de entonces. Se asombraba. Se volvió unos pasos hasta la parte más alta de la calzada: no se veía ningún coro de estudiantes.

Después que la hoja se dobló, mira con frecuencia sus zapatos. Sigue cuidándolos igual, pero ya no son los mismos. Nunca vuelven a serlo.

domingo, 21 de agosto de 2016

The fields of Heverlee




Los campos de Heverlee eran extensas praderas verdes que rodeaban el camino de Namur, conforme uno salía de Lovaina por la Namsepoort. En esos campos se levantó el palacio (antiguo castillo) de la familia Aremberg. Las viviendas para su servicio, junto con los mesones y otras casas que se instalaron en torno a la carretera de entrada, dieron lugar a un pequeño suburbio llamado Heverlee. Hoy en día es un barrio más, que conserva su sabor antiguo solo en algunos sitios: en el núcleo del pueblo y en algunas partes de la calle principal (la antiga carretera).

El palacio fue finalmente cedido a la Universidad para una de sus Facultades. De sus jardines, ya parque público, salió el primer globo aerostático de la historia. El río Dijle los llena de árboles y flores que aquí cultivan exquisitamente.


Durante las guerras fueron terrenos de luchas o de acampada de los ejércitos. Junto a Sint Laambert se estableció finalmente el cementerio por los caídos, con una escultura memorial que adornan el día de la nación.


A los lados de la antigua carretera, mientras se separa uno de ella, se descubren nuevos barrios de los aspectos más diversos, siempre rodeados de árboles y el recuerdo de las antiguas praderas.


En el templo de Sint Qwentijn, cercano a la Namsesstraat, se puede ver un resto de la devoción to Our Lady of the Fields:


Help us sow this Seed

To all those in need.

In the  soil of sorrow,

Help us sow fields of comfort.

In the hard clay of doubt and despair

Help us sow abundant fields of hope and care.