Para los habitantes del
Mediterráneo parece que la lluvia es un fenómeno especial. Hoy ha sido día
lluvioso, de una lluvia constante, suave, incansable. A la profundidad de este
día gris no viene mal la soledad, y más si se tiene cerca un libro como La
Lluvia, de Antonio Rivero Taravillo (Colección Calle del Aire 119, Sevilla:
Renacimiento, 2013).
Lo próximo se funde en lo remoto. Este verso condensa mucho de la
mirada del poemario, una mirada unificadora que aglutina todo el tiempo y el
espacio en torno a la lluvia, al agua, y a su gotear y gorgotear diario (un rocío que regresa / jornada tras jornada
/ siguiendo ese rotar / como una noria). Los ojos del poeta pueden ver ese
gozne ligero donde se dan la mano lo ínfimo y lo cósmico, y descubre ese
momento en el girasol, o en un frigorífico, o en una llave (que el adentro se hace afuera / y el afuera
se adentra).
En ese lindero (el ocaso / que une a la noche el día / como
el alba también / que los reúne / en un instante por ese talón) se
entrevera lo humano pasajero con lo eterno (Y
el eterno se hace vulnerable): la naturaleza, y sus animales pretéritos y
actuales; la evolución; las tardes y el ocaso de la vida; el paso del tiempo y
el amor.
El poemario está firmemente
sustentado: la lluvia y el agua como unidad imaginativa. Una estructura en
cuatro partes ("Acuarelas", "Lluvia de oriente", "Aguafuertes" y "Sed"), que van de tono menor a mayor, y con un poema casi central, "Reloj", que trata agudamente sobre el orden de un libro. Un manejo
del verso y su sonido que llega a sinfonía en "Cuarteto de viento".
La
poquedad del hombre y su levedad ante el tiempo están siempre presentes:
"Llora" (es esa nube / y ha
llegado la hora / de deshacerse); "Las gafas";
"Calendario". Pero sobre todo léase "El hombre":
El líquido amniótico
y la laguna Estigia.
Entre dos aguas,
nada.
Y junto a esto el amor, desde su
dimensión más íntima ("Crucigrama") a las resonancias universales de "Otra
clepsidra II" o "Teología del tacto":
Obedezco a tus manos
con sus diez mandamientos.
Si no me tienen,
esa es la diáspora.
El Templo, sin tu amor, se desmorona
y parto al cautiverio, hacia el exilio.
Con los "Aguafuertes"
estos tonos se hacen más intensos. Ya lo indica el poema inicial de esa parte ("Mitad
de octubre": Todavía los cementerios
/ se aroman solitarios). Y lo mismo ocurre en "Sed", el cuarto
apartado, que comienza con el lugar común —tan original aquí— del enamorado
ante la puerta ("En el cuarto de baño") y que acaba con "Casa de
cambio", un magnífico cruce y despedida de esos temas (y allí llegan al fin, / aunque quienes
partieron, / como Moisés, / jamás vean la tierra prometida).
La Lluvia es este núcleo
reflexivo y mucho más en torno a él. Porque está también el homenaje a los
seres queridos, la creación literaria, o la tragedia de los desempleados, y multitud
de realidades cotidianas que se iluminan especialmente al verlas el autor, y
entran en ese tono constante, suave, incansable, de la tarde y de la lluvia.
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