domingo, 19 de enero de 2014

Días de Lluvia

  



Para los habitantes del Mediterráneo parece que la lluvia es un fenómeno especial. Hoy ha sido día lluvioso, de una lluvia constante, suave, incansable. A la profundidad de este día gris no viene mal la soledad, y más si se tiene cerca un libro como La Lluvia, de Antonio Rivero Taravillo (Colección Calle del Aire 119, Sevilla: Renacimiento, 2013).

Lo próximo se funde en lo remoto. Este verso condensa mucho de la mirada del poemario, una mirada unificadora que aglutina todo el tiempo y el espacio en torno a la lluvia, al agua, y a su gotear y gorgotear diario (un rocío que regresa / jornada tras jornada / siguiendo ese rotar / como una noria). Los ojos del poeta pueden ver ese gozne ligero donde se dan la mano lo ínfimo y lo cósmico, y descubre ese momento en el girasol, o en un frigorífico, o en una llave (que el adentro se hace afuera / y el afuera se adentra).

En ese lindero (el ocaso / que une a la noche el día / como el alba también / que los reúne / en un instante por ese talón) se entrevera lo humano pasajero con lo eterno (Y el eterno se hace vulnerable): la naturaleza, y sus animales pretéritos y actuales; la evolución; las tardes y el ocaso de la vida; el paso del tiempo y el amor.

El poemario está firmemente sustentado: la lluvia y el agua como unidad imaginativa. Una estructura en cuatro partes ("Acuarelas", "Lluvia de oriente", "Aguafuertes" y "Sed"), que van de tono menor a mayor, y con un poema casi central, "Reloj", que trata agudamente sobre el orden de un libro. Un manejo del verso y su sonido que llega a sinfonía en "Cuarteto de viento".

La poquedad del hombre y su levedad ante el tiempo están siempre presentes: "Llora" (es esa nube / y ha llegado la hora / de deshacerse); "Las gafas"; "Calendario". Pero sobre todo léase "El hombre":

El líquido amniótico

y la laguna Estigia.

Entre dos aguas,
nada.

Y junto a esto el amor, desde su dimensión más íntima ("Crucigrama") a las resonancias universales de "Otra clepsidra II" o "Teología del tacto":

Obedezco a tus manos
con sus diez mandamientos.

Si no me tienen,
esa es la diáspora.

El Templo, sin tu amor, se desmorona
y parto al cautiverio, hacia el exilio.

Con los "Aguafuertes" estos tonos se hacen más intensos. Ya lo indica el poema inicial de esa parte ("Mitad de octubre": Todavía los cementerios / se aroman solitarios). Y lo mismo ocurre en "Sed", el cuarto apartado, que comienza con el lugar común —tan original aquí— del enamorado ante la puerta ("En el cuarto de baño") y que acaba con "Casa de cambio", un magnífico cruce y despedida de esos temas (y allí llegan al fin, / aunque quienes partieron, / como Moisés, / jamás vean la tierra prometida).

La Lluvia es este núcleo reflexivo y mucho más en torno a él. Porque está también el homenaje a los seres queridos, la creación literaria, o la tragedia de los desempleados, y multitud de realidades cotidianas que se iluminan especialmente al verlas el autor, y entran en ese tono constante, suave, incansable, de la tarde y de la lluvia.

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